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RETIRO DE PAPAS Y PADRINOS 2018

LA FAMILIA

EN PROFUNDA COMUNION CON LA IGLESIA

Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él

[1co 12, 27]

Objetivo:

Comprender la espiritualidad de comunión y participación como el principio

educativo y la actitud de apertura, diálogo y disponibilidad para promover la

corresponsabilidad y participación efectiva de todos.

 

DINÁMICA:

 

Materiales: (elaborar antes de la dinámica)

 

Escriba en computadora la siguiente frase: "la unidad será nuestro triunfo"

con letras grandes.

Ahora recorte cada una de las letras que componen la frase, revuélvalas, y

distribúyalo en tres grupos proporcionales, y guárdelos en tres sobres.

 

1.- Divida al grupo en tres equipos o más.

2.- De las instrucciones:

 

  • No se puede hablar.

  • Tienen que formar la frase que usted les va a decir.

  • El equipo que hable, pierde automáticamente.

  • Gana el equipo que logre formar la frase.


3.- Escriba, la frase "la unidad será nuestro triunfo"


Conclusión:
Todos somos un equipo en el Reino de Dios, y para poder lograr lo que él quiere que hagamos, debemos estar unidos, y uno de los factores que estorban la unidad, es la falta de comunicación, el elitismo, el egoísmo y el egocentrismo.

 

Nota: Hecha la dinámica se procederá a la exposición con una referencia de 40 min. De exposición.

 

 

La comunión de la familia con la Iglesia

 

Siendo Dios comunidad y el ser humano un ser relacional, el proyecto de Dios no puede ser sino comunitario. El Espíritu genera en la familia la unidad en la diversidad y conduce al compromiso de la construcción del Reino a través de los múltiples carismas. Con el Espíritu Santo se anima a todo ser humano a la apertura y aceptación de las personas, a la integración y al sentido de identidad y pertenencia en la comunidad, a la comunión fraterna, afectiva y efectiva, con el amor de caridad teologal.

La comunión en la Iglesia domestica (la familia),  es la actitud de querer actuar siempre en el cauce de la Iglesia, con sentido de Iglesia y en obediencia a ella. Sentirse Iglesia es entender que, por el hecho de pertenecer a ella, compartimos su misión que es evangelizar.

La respuesta a Jesús se despliega y concretiza en el horizonte de la Iglesia, pues tiene forma eclesial. Porque la misión dimana de la Iglesia, que prolonga la misión de Jesús; ya que la fundo para evangelizar [cf. EN14]. La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús, es enviada por Él para evangelizar, sigue evangelizándose a sí misma y envía continuamente evangelizadores [cf. EN 15]. Por eso los primeros responsables de la evangelización de un hogar cristiano son los padres de la familia, que con su testimonio y piedad religiosa, nos inician a vivir los primeros pasos de nuestra fe.

Estos primeros pasos, nos enseñan a amar a la Iglesia, amar la como la ama Cristo, dándose por ella. Por ello, la importancia del testimonio de amor en nuestra casa. Este amor sostiene y da sentido a la acción. Y desde este amor brota el anhelo de evangelizar con el testimonio. Este amor alimenta y mantiene vivo dicho anhelo y caracteriza  su actuación con los mejores ejemplos. “El amor determina el peso de una persona” [San Agustín, Confesiones XIII, 10].

El testimonio del amor en familia nos hace capaces de sacrificios, privaciones inexplicables, grandes realizaciones, donación total y desinteresada. “El hombre no puede vivir sin amor. El amor no permanece para sí mismo, porque hace de hombre un ser incomprensible o amargado, su vida carece de sentido. A un hombre, si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace suyo, si no participa de él vivamente; carece de paz interior” [RH 10].

En familia hemos sido llamados al amor, a amar cada vez a más personas y a amar mejor. Nunca podremos entregarnos con firmeza y constancia, si no vibra en nuestro pecho el entusiasmo del amor. No un amor cualquiera, sino el amor a Jesucristo, el Señor, el único capaz de polarizar de verdad nuestra vida. Él llama por amor y para pedir amor [Jn 15, 9]. Esa llamada entraña también la vocación a amar a todos los hombres como Él los ha amado [cf. Jn 13,34].

Hoy día nos encontramos con muchos resortes motivacionales que respaldan la fuerza del amor a Cristo, según circunstancias  y momentos. Solo el amor a Cristo y a las almas de nuestro familiar da sentido a la renuncia, al esfuerzo, a la ascesis y a la disciplina; que entrañan el ser capaces de servir y tomar el servicio como el verdadero ejemplo de la propia formación alegre y responsable de un verdadero testigo de Cristo en el mundo.

Sin ese amor, aguantaríamos programas formativos y soportaríamos consejos y acuerdos, pero no los haríamos nuestros. Sus tendencias dispersivas llevan a eludir esfuerzos, a un mero cumplir.  Es el servicio al prójimo en el amor, el que nos hace vivir la comunión de hermanos. La común unión de la familia.

 

La familia aprende a amar en el prójimo.

Amar a la Iglesia como la ha fundado Cristo, supone además situarse y actuar siempre en comunión con las enseñanzas de la Iglesia, con el Papa, con el Obispo, con el prójimo, el  párroco, con los hermanos, porque la Iglesia es comunión: Jesús así la ha diseñado.

La Iglesia es misterio, comunión y misión. No se participa en la misión según un proyecto personal, sino según el proyecto de Jesús, concretado en su Iglesia. Nuestro Señor Jesús, no quiso que cada quien inventara su camino, sino que todos caminaran por el caminar de la Iglesia, la cual, a su vez, se empeña en caminar con Él, y por Él y en Él, porque Jesús es el camino de la iglesia. Esto es lo que traduce un actuar “con sentido de Iglesia”.

La familia que vive la unidad en el servicio es íntima a su naturaleza, como actitud permanente. Por eso la unidad de los hombres inicia cuando soy capaz de servir para fraternizar. Por ello, el magisterio de la Iglesia nos dice: “En el Pueblo de Dios, la comunión y la misión están profundamente unidas entre si…. La comunión es misionera (por tanto testimonio); la misión es para comunión (fraternidad)” [DA 163] “No hay discípulo sin comunión (fraternidad de hermanos)” [DA 156].

La Iglesia domestica (la familia) hoy “debe anunciar, ser comunión en el amor… Ésta es su esencia y el signo por el cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad. El nuevo mandamiento [de amarse unos a otros como Jesús nos ama] es lo que une a los discípulos entre sí, reconociéndose como hermanos y hermanas, obedeciendo al mismo Maestro, miembros unidos a la misma Cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros [l Co 13; Col 3, 12-14]” [DA 161].

La familia debe por tanto vivir, un amor servicial, es aquel amor al prójimo llevado al grado de sentirse siempre impulsado a ofrecer al necesitado un amable atención, hacerse cargo de su necesidad, ofrecer una palabra de comprensión y aliento, un gesto concreto de ayuda, un apoyo necesario, una promesa de oración, etc… Esta actitud, significa tener siempre pronta esa disposición, convertida en impulso generoso y decidido, a ejemplo de Jesús, que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos” [Mt 20, 28]. Es un rasgo evangélico esencial para todo aquel que quiera en verdad hacerse un genuino discípulo misionero de Jesús.

“La familia como “discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo como obras concretas” [DA 386]. Necesitamos conformar y mantener siempre viva y actuante una infatigable actitud de poner en practica ese amor que nos hace "contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos el rostro de Cristo, que nos llama a servirlo en ellos” [DA 393].

En nuestras familias, la espiritualidad de comunión y participación, es un principio educativo y “actitud de apertura, dialogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos” [DA 368]. “Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con valentía y confianza a la misión de toda la Iglesia”. Ser capaces de testimoniar [DA 363].

 

Propuesta para la oración de los fieles:

Dios Padre, fuente y origen de todo don, ama desde siempre a su Iglesia, pues en Él encuentra su inicio esta familia, porción de la Iglesia universal. En Ella se goza tu Hijo amado, y no deja de revestirla continuamente con su gracia, adornándola como a esposa predilecta que se entrega a su esposo. En su seno, como un día en las entrañas virginales de María, el Espíritu Santo no cesa de prolongar la encarnación. Haciéndola virginalmente fecunda para dar a luz a Cristo en el mundo. Oremos diciendo:  

R. Bendícenos y santifícanos. Señor

  1. Por nuestro Obispo y sus intenciones. Concédele, Señor, la abundancia de los dones de tu Espíritu para que sea siervo fiel en el desempeño de su ministerio episcopal. Acrecienta su caridad sacerdotal para que sea buen pastor en el cuidado solicito de su pueblo. Oremos.

  2. Por nuestra Diócesis. Tú, Señor, que haces de ella el ámbito natural para  el nacimiento y maduración de todos los carismas: santifica a todos sus miembros e instituciones, fortalece entre todos los vínculos de unión y de mutuo servicio, acrecienta nuestros lazos de comunión con el Papa Francisco. Oremos.

  3. Por los sacerdotes de nuestra diócesis. Acrecienta en número y santidad a los que Tú llamas al ministerio sacerdotal. Que madure en ellos el amor y el servicio hacia el Evangelio que predican y en su vida sepan encarnar los misterios que celebran. Oremos.

  4. Por todos los consagrados de nuestra diócesis. Que, a través de su compromiso de pobreza, virginidad y obediencia, su vida resplandezca por la alegría de su entrega y sean fuente continua de santificación para la iglesia y el mundo. Oremos.

  5. Por todas las familias de nuestra diócesis. Bendice, Señor, la fecundidad y entrega generosa de los esposos, acompaña sus trabajos y desvelos en la formacion de sus hijos. Que nuestros hogares sean, a imagen del tuyo  en Nazaret, núcleos de evangelización que contagien a muchos la alegría del Evangelio. Oremos.

  6. Por los adolescentes y jóvenes de nuestra diócesis. Que encarnen en sus vidas los valores del Evangelio, que respondan con prontitud y generosidad la llamada  de Cristo, y anuncien su fe con valentía en todos los ambientes. Oremos.

  7. Que el Señor nos conceda la santidad, fecundidad apostólica y afán generoso de servir a la iglesia. Que nuestro corazón se asemeje al Corazón materno de María e irradie la ternura de Dios en las almas. Oremos.

  8. Por los que más sufren, en el alma o en el cuerpo, a los que viven en soledad, a los que no tienen consuelo. Descienda sobre ellos. Señor, la bendición de tu Espíritu para que alivie sus cargas, dulcifique sus sufrimientos, sostenga su ánimo y abra sus corazones a la esperanza del Padre. Oremos.   

  9. Por todos nuestros difuntos. Que el Señor  les purifique de todas sus faltas y lleguen a participar plenamente de la contemplación y alabanza perfectas que gozan ya los ángeles y multitud  de todos los santos. Oremos.

 

ESCÚCHANOS PADRE, Y MANDA ESE MISMO ESPÍRITU SOBRE NUESTRAS COMUNIDADES, PARA QUE EN PERMANENTE PENTECOSTES, NO CESE DE ANUNCIAR AL MUNDO EL DON INMENSO DE TU AMOR. POR JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR.

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