RETIRO DE ADVIENTO 2016
TEMA 2
LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES
2.1 Base bíblica: Mt 25,35-36
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.
2.2 Las Obras de Misericordia Corporales.
2.2.1 y 2.2.2 Dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento
Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed, y me distes de beber (Mt 25,35).
Nuestro cuerpo para sobrevivir requiere de una fuente de energía, y así realiza todas sus actividades, esto lo obtenemos a través de los alimentos; el agua, es un elemento también básico, que si no consumimos, en cuestión de días podríamos morir. Todos sabemos que la alimentación y la hidratación son dos factores básicos para los seres vivos.
Juan Bautista, en su predicación llamando a la conversión, es cuestionado por la gente para saber qué deben hacer para salvarse y abandonar el pecado. El Bautista respondió: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo” (Lc 3,11). En la multiplicación de los panes, el mandato de Jesús a sus discípulos fue “denles ustedes de comer” (Mt 14,16), posterior a la conciencia clara de que ese “pan de cada día” nos llega por regalo de Dios tal como lo expresa en el Padre Nuestro (Mt 6,11). El encuentro con la samaritana, inicia con la petición expresa de Jesús hacia ella: “dame de beber” (Jn 4,7).
La acción misericordiosa de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento, en su sentido literal, es brindar la oportunidad al necesitado para seguir manteniendo el don de la vida que proviene de Dios; en contraparte, negarle al hermano o ignorarlo en sus necesidades básicas equivale a contribuir a quitarle la vida.
Recordando la oración del Padre Nuestro, podemos decir que no es dar de “nuestros bienes”, ya que las cosas son dadas por Dios, para hacerlo presente en nuestro tiempo y espacio, así como debemos saber dar a los demás, aquello que poseemos sin mérito alguno, sino por gracia de Dios.
Compartir lo que tenemos reconociendo que nos viene de Dios, refleja el rostro de la misericordia y la seguridad que Él en su infinita providencia, jamás se apartará de nosotros.
2.2.3 Dar techo a quien no lo tiene
Era forastero y me acogiste (Mt 25,35)
No olviden la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles (Hb 13,2).
“Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene en donde reclinar la cabeza” (Lc 8,20). Jesús es bien recibido en algunos de los pueblos a los que visita, sin embargo, sabemos que en otros no es admitido; igual que el Rey David y el profeta Elías deben vagar por un tiempo, sin poder refugiarse en un lugar seguro, en el cual no fueran presa de los ladrones y saqueadores.
El pueblo de Israel conoce bien en su historia la orfandad, que produce el ser un “sin techo” durante el tiempo de su paso por el desierto, y sólo se puede concebir como nación a partir de la seguridad que les proporciona poseer una tierra, como cumplimiento de las promesas de Dios. Nosotros los cristianos en nuestra historia de Iglesia, vivimos también en los primeros siglos de nuestra era la sensación de no tener dónde reposar la cabeza, así como lo experimentó nuestro Salvador y Redentor, fuimos y aún somos, perseguidos y, por tanto, siempre preparados para dejar nuestros hogares.
Pude causar poco problema ejercer esta obra con nuestros familiares y amigos, y sobre todo si es por un tiempo breve; lo importante es reconocernos como “extranjeros”, ciudadanos de otro mundo, para poder motivar nuestra alegría al ayudar a los otros, que como yo que están lejos de su familia, de su hogar y acogerlos compartiendo el techo, que a nosotros como migrantes, nos ha sido también otorgado.
2.2.4 Vestir al desnudo
Estaba desnudo y me vestiste (Mt 25,36).
Muchas veces que han tocado la puerta de nuestro hogar, nos hemos topado con personas que urgen nuestra ayuda para entregar un poco de comida y cuando respondemos a esto puede llamar la atención que lo siguiente que nos puede pedir el hermano que necesita de nuestra ayuda es algo de ropa que ya no nos sirva. Este es el ejemplo de la necesidad que tenemos de andar vestidos, primero que nada es el alimento el que nos ayuda a subsistir internamente, pero las inclemencias del exterior, frío, lluvia, calor, sólo podemos buscar reducirlos con ropa adecuada. Es sencillo regalar aquellas prendas que ya no “nos sirven” por estar en malas condiciones, eso llena las bodegas de las parroquias de ropa que debe seleccionarse y mucha de ella es descartada por resultar inservible; se debe entregar de corazón aquello que aún sea útil para otro y que nos obligue a no “almacenar”, ya que dicha acción muchas veces nos puede encaminar a la ambición.
2.2.5 Visitar a los enfermos
Enfermo y me visitaste (Mt 25,36)
¿Quién ha estado libre de enfermedad? ¿Quién puede garantizar que nunca en su vida estará postrado por la enfermedad? La enfermedad es una realidad humana que nos acompaña en toda nuestra existencia terrena, no es castigo de Dios, es una realidad que es consecuencia muchas veces de nuestras acciones o las de otros. Además, de por sí el paso de los años en nuestra vida, va dejando sus huellas y nos va creando dependencia de otros tarde que temprano. Nuestros abuelos, padres o familiares son los primeros a los que debemos facilitar nuestros servicios en los momentos que sufren la enfermedad, además de aquellos prójimos que olvidamos del grupo parroquial, de nuestro trabajo y de las amistades junto con los apostolados que podemos desarrollar en la pastoral de la salud o en tantas casas de atención a enfermos que existen en nuestra comunidad.
Si ponemos atención al texto de las palabras de nuestro Señor Jesucristo, también exalta la “simple” presencia y compañía que podemos brindar al enfermo. Entonces, al visitar un enfermo podemos ayudar a limpiar su habitación, lavar su ropa y llevarle un poco de comida pero sin olvidar que lo que más puede requerir después de esas necesidades primarias, es hacerlo sentir acompañado, amado, bendecido y único; recordarle que es persona, hijo de Dios hecho a su imagen y semejanza. En la Biblia, se dan muchos testimonios de los milagros hechos por Jesús al sanar enfermos, ya en los primeros capítulos del evangelio de Mateo se hace una mención general de su poder para curar (Mt 4,23-24), que es seguida por el gran discurso de vida para todos los cristianos (Mt 5,1-7,28), que es coronado por tres curaciones milagrosas muy particulares: el leproso que pide su salud (Mt 8,2); el criado del centurión cuyo amo intercede por él para curarlo (Mt 8,6) y la acción por decisión de Jesús sin petición de nadie de aliviar a la suegra de Pedro (Mt 8,14). El cristiano realiza esta obra de misericordia por petición del enfermo, de sus allegados o simplemente por su deber de amor al prójimo, en quien reconoce la presencia real de Jesús.
2.2.6 Socorrer a los presos
En la cárcel y acudiste a mí (Mt 25,36)
Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos (Hb 13,3).
El preso más famoso injustamente aprendido, sentenciado y eliminado por la muerte es nuestro Salvador Jesucristo, así lo presentan los evangelios, también sus discípulos sufrieron la persecución judicial: el diácono Esteban, san Pablo y los Doce; algunas de las famosas cartas de san Pablo fueron escritas desde la prisión. Independientemente de la presunta inocencia o culpabilidad, la atención a nuestros hermanos privados de su libertad debe darse como testimonio de amor a la persona, infundir y mantener la esperanza de que todos debemos perdonar nuestras faltas, porque nos reconocemos que fuimos perdonados por aquél que nos amó hasta el extremo. A raíz de la pasada inestabilidad social en nuestra ciudad, la atención a los presos en la pastoral penitenciaria, es un apostolado que ha ido creciendo en sus exigencias, para la atención espiritual y material de estos hermanos; uno de los mayores testimonios de perdón que podemos ofrecer, es dar amor y ayuda material a aquellos hijos que estaban perdidos y han sido encontrados (cfr. Lc 15,24).
2.2.7 Enterrar a los muertos
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús (Jn 19, 38-42).
Puede sonar un tanto distante esta obra ya que en la práctica es algo que asumimos como normal: realizar el entierro del cuerpo de una persona difunta. Tal vez debemos dirigir en esta obra nuestra mirada a los sucesos anteriores al sepelio, es decir, a la disposición que tenemos al cooperar en los gastos de muchas familias que no cuentan con los recursos necesarios para dar una despedida digna a un ser querido. Es bueno recordar, que la Virgen María no contaba con los medios económicos, para la sepultura de nuestro Señor Jesús, debió contar con la ayuda de José de Arimatea y Nicodemo (cfr. Jn 19,38-42). Además, estos santos varones debieron “rescatar” el cuerpo de Jesús, posterior a la crucifixión (cfr. Jn 19,38), ello nos invita a apoyar a los hermanos que se encuentran privados de su libertad, ya sea por la autoridad o por el crimen, para poder “rescatarlos” de la condición en que se encuentran y puedan vencer esa “condición mortal” y reanimar su vida en la comunidad eclesial.
DINÁMICA DE TEMA 2.
Material: Un pesebre arreglado sin misterio, rollitos que contengan por escrito las obras de misericordia espirituales y corporales, música para ambientación.
Descripción: Para realizarse esta dinámica, debe considerarse que desde el inicio del retiro (para la ambientación del lugar), en algún lugar visible, se preparó un pesebre vacío (puede fabricarse con anticipación si lo desean). Colocar dentro del pesebre cada una de las obras de misericordia tanto espirituales como corporales, escritas en papel; hacer “rollitos” sujetados con un hilo o estambre o listón. Debe cuidarse el hacer suficientes rollitos, para cada uno de los catequistas, no importa que se repitan. Se recomienda poner como música de fondo, algún canto alusivo al adviento (ej. Ven Señor no tardes, Alegría de esperar, etc.), para ambientar el momento, sólo cuídese que el canto sea armonioso y que la música no acapare el momento. Para iniciar esta dinámica, se pedirá a los catequistas ponerse de pie y alrededor de pesebre. Se les dará una motivación en torno a lo que se ha reflexionado durante los dos temas. Después, se pedirá a cada catequista, que tomen un rollito sin abrirlo, hasta que todos pasen. Al terminar, se invita a ver qué es lo que dice el rollito, después de que lo hayan abierto, vendrá el momento de compromiso, en el que se les invitará a realizar, para este tiempo próximo de adviento esa obra de misericordia, y se les exhortará a preparase mejor a la llegada de Cristo, por medio de esta obra. Es muy importante dejar en claro, que eso no excluye realizar las demás obras.