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RETIRO DE PAPAS Y PADRINOS 2017

Tema 8

La Confirmación confiere el don del Espíritu Santo

 

OBJETIVO

 

La acción del Espíritu Santo no se limita a un sacramento, sino que se

extiende a toda la vida del cristiano y de la Iglesia.

 

VEAMOS

La confirmación es el sacramento del don del Espíritu Santo

 

Por este don del Espíritu Santo, los fieles se configuran más

íntimamente con Cristo, se vinculan más perfectamente a la Iglesia y

son fortalecidos, a fin de dar testimonio, de palabra y de obra.

 

Lo propio de la Confirmación es la donación del Espíritu Santo.

 

La Confirmación nos “confirma”, con el don del Espíritu Santo, en la

verdad de Cristo y en nuestra adhesión a la Iglesia; nos enriquece con

nuevos dones para nuestra tarea misionera.

 

En la Confirmación se recibe el don del Espíritu Santo. El Espíritu da la fuerza para ser siempre fieles a Cristo y al Evangelio.

 

El don espiritual de la Confirmación se indica en la oración que pronuncia el Obispo al extender las manos, antes de imponerlas sobre el elegido y ungirle con el crisma. Pertenece a la forma completa del rito y ayuda a comprender el sentido profundo del sacramento:

 

“Dios todopoderoso,

Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que hiciste renacer a estos servidores tuyos

por medio del agua y del Espíritu Santo,

liberándolos del pecado:

envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito;

concédeles

el espíritu de sabiduría y de entendimiento,

el espíritu de consejo y de fortaleza,

el espíritu de ciencia y piedad;

y cólmalos con el espíritu de tu santo temor.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén[1].

 

Todos conocemos las palabras que Jesús le dice a la Samaritana que había ido al pozo de Jacob para sacar agua: “Si conocieras el don de Dios” (Jn. 4,10). Este don es el Espíritu Santo concedido por el Padre.

 

En el evangelio de Lucas, en su enseñanza sobre la oración, Jesús hace notar a los discípulos que, si los hombres saben dar cosas buenas a sus hijos, “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”  (Lc. 11,13).El Espíritu Santo es la “cosa buena” superior a todas las demás (Mt. 7,11), el “don bueno” por excelencia.

 

Jesús mismo pide al Padre el Espíritu Santo como Don para los Apóstoles y para la Iglesia hasta el fin del mundo: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”  (Jn. 14,16).

Inmediatamente después de Pentecostés Pedro predica diciendo: “Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hech. 2,38).

 

PENSEMOS

En todos los sacramentos se da el Espíritu Santo como fuente de nuestra santificación

 

¿Pero el Espíritu Santo no actúa ya en el Bautismo? ¿El Bautismo no ha convertido ya el alma en un templo del Espíritu Santo? ¿No habita ya en el bautizado la Santísima Trinidad, en cuyo nombre ha sido bautizado?

 

Ciertamente Jesús mismo había declarado que quien no renaciera “del agua y del Espíritu” no podría entrar en el Reino de Dios (Jn. 3,5). Es indudable que el Espíritu Santo interviene en el Bautismo del cristiano: el cristiano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

La acción del Espíritu Santo no se limita a un sacramento, sino que se extiende a toda la vida del cristiano y de la Iglesia.

 

La Confirmación es una efusión especial del Espíritu Santo

 

Entonces, ¿qué más añade la Confirmación?

 

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “el efecto del sacramento es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés”[2].

 

La confirmación es presentada, en el Nuevo Testamento, bajo la forma de una imposición de las manos, por medio de la cual los Apóstoles comunicaban el don del Espíritu Santo a los nuevos cristianos que habían sido bautizados.

 

Un primer testimonio de este sacramento aparece en los Hechos de los Apóstoles, que nos narran cómo el diácono Felipe (persona diversa de Felipe, el Apóstol), uno de los siete hombres “llenos de Espíritu y de sabiduría” ordenados por los Apóstoles, había bajado a una ciudad de Samaría para predicar la buena nueva. “Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente la palabra de Felipe... Y fue grande la alegría de aquella ciudad... Cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba la Buena Noticia del Reino y el nombre de Jesucristo, todos hombres y mujeres, se hicieron bautizar... Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hech. 8,6-17)

 

El texto bíblico dice: “solamente estaban bautizados” ¿Qué quiere decir “solamente”? Significa que el Bautismo es algo muy importante, pero no es todo, no concluye el camino cristiano, antes bien, lo inicia. Hay algo posterior, en donde Dios se nos dona nuevamente a nosotros en un modo particular, nos comunica algo.

 

¿Qué cosa? El Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice: “Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo”.

Lo mismo se dice de San Pablo con respecto a otros neófitos: “Pablo les impuso las manos y descendió sobre ellos el Espíritu Santo”  (Hech. 19, 6).

 

Cada cristiano deberá también recibir esta efusión especial del Espíritu Santo.

 

ACTUEMOS

La Confirmación nos da una efusión especial del Espíritu Santo:

 

¿Qué lugar ocupa en mi vida de cristiano el Espíritu Santo?

 

El Espíritu Santo crea en nosotros una sensibilidad nueva, el gusto espiritual por las cosas de Dios:

 

¿Tenemos el corazón abierto y confiado para recibir las gracias del Espíritu Santo?

 

Por la Confirmación estamos llamados a ser cristianos maduros: hombres y mujeres de la interioridad:

 

¿Es el del Espíritu Santo un don para cada uno de nosotros, un crecimiento en la vida interior, en el recogimiento, en la capacidad de ir más allá de la realidad que ven nuestros ojos, para reconocer detrás de los acontecimientos el rostro de Dios?

 

Debemos abrir el corazón y la mente al don del Espíritu Santo.

 

Que el Espíritu Santo nos ayude a hacer silencio y nos dé un espíritu de oración y contemplación.

 

“¡Espíritu Santo! Desciende en mi corazón, como descendiste en mí el día de mi Confirmación. Guíame con tu luz y concédeme tus siete dones”.

 

Desde Pentecostés no quedamos solos: una fuerza de lo alto nos guía en el camino de la Iglesia. Tenemos dentro de nosotros una energía vital, una fuerza nueva, un suplemento del alma, que es don de Dios. Jesús no nos dejó huérfanos. Ha cumplido su promesa de enviarnos al Espíritu.

 

La Iglesia primitiva experimentó un crecimiento de su entusiasmo, un disminuir en su temor, un aumento de claridad para ver lo que tenía que hacer. La Iglesia primitiva comprendió que esto era obra del Espíritu Santo.

 

Esta es la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre, porque cada día ella está bajo la acción transformadora del Espíritu de Jesús.

 

Es el Espíritu Santo el que renueva constantemente a la Iglesia; renueva nuestra vida cansada, frágil, temerosa, encerrada en sí misma.

CELEBREMOS

 

De aquí la necesidad de la interioridad, del silencio, de la oración, para acoger el don del Espíritu Santo.

Ven, Espíritu Santo,

y envía desde el cielo

un rayo de tu luz.

 

Ven, Padre de los pobres,

ven a darnos tus dones,

ven a darnos tu luz.

 

Consolador lleno de bondad,

dulce huésped del alma,

suave alivio de los hombres.

 

Tú eres descanso en el trabajo,

templanza en las pasiones,

alegría en nuestro llanto.

 

Penetra con tu santa luz

en lo más íntimo

del corazón de tus fieles.

 

Sin tu ayuda divina

no hay nada en el hombre,

nada que sea inocente.

 

Lava nuestras manchas,

riega nuestra aridez,

cura nuestras heridas.

 

Suaviza nuestra dureza,

elimina con tu calor nuestra frialdad,

corrige nuestros desvíos.

 

Concede a tus fieles,

que confían en ti,

tus siete dones sagrados.

 

Premia nuestra virtud,

salva nuestras almas,

danos la eterna alegría[3].

 

[1] Ritual romano de los sacramentos, 494.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 1302.

[3] Secuencia, Domingo de Pentecostés, Misa del Día, Leccionario I, 255-256.

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