top of page

RETIRO DE PAPAS Y PADRINOS 2017

Tema 9

La confirmación es el sacramento de la fortaleza

OBJETIVO

 

 La Confirmación nos fortalece para que progrese en nosotros el

hombre nuevo, el hombre espiritual, interior, el hombre que ha nacido

de la novedad del Bautismo

 

VEAMOS

El sacramento del Espíritu, Dios da su fuerza.

 

La gracia conferida por el sacramento de la Confirmación es más

específicamente la fortaleza. Dice el Concilio Vaticano II que los

bautizados, con la Confirmación “se enriquecen con una fortaleza

especial del Espíritu Santo[1].

 

En Pentecostés el Espíritu Santo comunica a los Apóstoles la fortaleza prometida por Jesús (ver Jn. 16,8-11; Hech. 1,8; Lc. 24,49).

 

Por el sacramento de la Confirmación, que es el sacramento del Espíritu, Dios da su fuerza.

 

El cristiano no se apoya en sus fuerzas humanas, sino en el Don de la fortaleza: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes” (Hech. 1,8). Por eso Pablo puede decir: “Yo lo puedo todo en Aquel que me conforta” (Fil. 4, 13).

 

La Confirmación tiene como finalidad comunicar la fortaleza que será necesaria en la vida cristiana y en el apostolado, al que todos los cristianos están llamados.

 

La Confirmación fortalece al cristiano para la lucha interior contra las malas inclinaciones y las tentaciones del enemigo y para confesar abiertamente su fe delante de los hombres.

 

PENSEMOS

La fortaleza para la vida cristiana

 

Con la Confirmación el cristiano es fortalecido para el combate espiritual.

 

El cristiano encara la vida como lucha, como combate: “...he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe” (2 Tim. 4,7); “¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen. Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible. Así yo corro, pero no sin saber adónde; peleo, no como el que da golpes en el aire” (1 Cor. 9,24-26).

 

El Espíritu Santo robustece la voluntad haciendo que el hombre sea capaz de resistir a las tentaciones, vencer en las luchas interiores y exteriores, derrotar el poder del mal y, en particular, a Satanás como hizo Jesús en el desierto (ver Lc. 4,1). El Espíritu Santo otorga al cristiano la fuerza de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia en el camino del bien y en la lucha contra el mal.

 

El cristiano sabe que existe el mal y que el hombre es vulnerable. Es decir, que puede recibir heridas, lo que acarrea daño y dolor, lo que inquieta y oprime, lo que lastima.

 

Tiene una visión realista de la vida a través de la luz de la fe: “El camino que conduce a la vida es estrecho” (Mt. 7,14); “El discípulo no es más que el Maestro” (Mt. 10,24).

 

La Confirmación nos fortalece para que progrese en nosotros el hombre nuevo, el hombre espiritual, interior, el hombre que ha nacido de la novedad del Bautismo: “Que el Padre se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior” (Ef. 3,16).

 

El confirmado podrá vencer el mal cada vez que, en la lucha cotidiana, supere los egoísmos mediante la fuerza del amor o domine “la carne con sus pasiones y sus malos deseos” (Gál. 5,24), con la oración y la fortaleza cristiana.

 

El cristiano expuesto a las insidias y seducciones del mundo tiene una especial necesidad del don de la fortaleza, es decir, del don del valor y la constancia en la lucha contra el espíritu del mal que asedia a quien vive en la tierra,  para desviarlo del camino del cielo. Precisamente por eso en la Confirmación se nos da el don de la fortaleza sobrenatural, que es una participación en nosotros de la misma potencia y firmeza de Dios.

 

La fortaleza es la virtud que nos permite alcanzar el bien aunque sea arduo, aunque cueste. La fortaleza nos permite realizar el bien aun a costa de sufrimientos, sin doblegarnos.

 

Es la fuerza para vencer a las tentaciones, para no eludir la cruz, para ser fiel.

 

Es la fuerza para abandonar la comodidad, el repliegue, el encerrarnos, para no ser indiferentes.

 

Es la fuerza para comprometernos por el bien, por la verdad y la justicia.

 

Es la fuerza para no cansarse de hacer el bien.

 

La fortaleza es la virtud que nos permite seguir en las huellas de Cristo, aunque sea duro.

Es la fuerza para amar.

 

ACTUEMOS

La fortaleza para ser testigos del Señor

 

Estamos llamados a ser testigos de Jesús. Testigos de la fe, de la esperanza. Testigos del amor. De esa manera seremos testigos de Dios, porque Jesús es “Dios con nosotros”.

 

Para eso somos fortalecidos por el sacramento de la Confirmación.

 

Nuestro testimonio tiene que ser valiente y decidido.

 

La Confirmación es un punto de partida para la evangelización y para el testimonio. Nuestro testimonio cristiano debemos darlo en todas partes.

 

Nuestro testimonio puede darse en formas muy distintas. Puede ser individual o asociado, o dentro de la comunidad cristiana o en la vida cotidiana.

 

La Exhortación Apostólica Christifideles laici, del Papa Juan Pablo II, dice que a los fieles laicos, “les corresponde testificar cómo la fe cristiana… constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad”[2].

Para esto los laicos deben superar en ellos mismos la fractura entre fe y vida: en su vida familiar, en el trabajo, en la sociedad.

 

Los laicos deben vivir el Evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad.

 

Les corresponde promover la dignidad de la persona; sostener el inviolable derecho a la vida, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; trabajar por el matrimonio y la familia; alentar la solidaridad con el prójimo; animar cristianamente el orden temporal, participando en la acción política, económica y social destinada a buscar el bien común; estar presentes en el mundo de la cultura: la escuela, la universidad, los medios de comunicación social.

 

Jesús había aludido al peligro de sentir vergüenza de profesar la fe: “Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles” (Mc. 8,38).

 

Avergonzarse de Cristo se manifiesta, a menudo, en diversas formas de “respeto humano” que llevan a ocultar la propia fe y a buscar compromisos inadmisibles para quien quiere ser de verdad su discípulo.

 

El Espíritu Santo da la fuerza para cumplir la misión apostólica. El don del Espíritu Santo está al servicio de la misión y del testimonio.

 

Por eso, Jesús, antes de enviar los discípulos a la misión, les pide que esperen recibir la fuerza del Espíritu Santo: “En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días... Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra»” (Hech. 1,4-8).

 

El sacramento de la Confirmación es el sacramento de los que, después de haber conocido a Cristo, han de dar testimonio de Él, como lo hicieron los Apóstoles.

 

La Confirmación nos fortalece para ser testigos de Jesús, para anunciar el Evangelio.

 

Frente a las dificultades que se encuentran en el apostolado, es el Espíritu Santo el que da la fuerza para perseverar, renovando el valor y socorriendo a quienes sienten la tentación de abandonar su misión. Es la experiencia de las primeras comunidades que oraban: “Ahora, Señor, mira sus amenazas, y permite a tus servidores anunciar tu Palabra con toda libertad” (Hech. 4,29). Y “cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios” (Hech. 4,31).

 

La Confirmación nos da firmeza, seguridad, osadía, para anunciar el Evangelio con libertad de espíritu: “Animados con esta esperanza hablamos con absoluta franqueza” (1 Cor. 3,12); “Por eso... no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza...” (2 Cor. 4,1-2).

 

El bautizado recibe por la Confirmación el poder del Espíritu Santo, que le hace capaz de confesar con valentía el nombre de Cristo. Este testimonio puede llegar hasta el martirio.

Ser fuerte es estar dispuesto a morir. Por eso el acto supremo de la fortaleza es el martirio. Es significativo que el rito de la bendición del Santo Crisma aluda a la unción que el Espíritu Santo concedió a los mártires. El martirio es la forma suprema de testimonio. La Iglesia lo sabe, y encomienda al Espíritu la misión de sostener, si fuera necesario, el testimonio de los fieles hasta el heroísmo del martirio.

 

CELEBREMOS

La Confirmación me da fortaleza para mi vida cristiana

 

¿Tenemos la certeza de que Jesús con la fuerza de la cruz ya ha vencido al mundo, y que esta fuerza nos es dada a nosotros en el sacramento de la Confirmación?

 

En los momentos de debilidad en la fe, de desaliento, de temor:

 ¿Me acuerdo de la fuerza que se me ha dado en la Confirmación por la imposición de las manos?

 

En esos momentos debo rezar: “Espíritu Santo, reaviva el don de la fortaleza, de la valentía, de la fe y del testimonio que se me dio el día de mi Confirmación”.

¿Rezo así, actualizando en las circunstancias difíciles, la gracia de la Confirmación?

 

San Pablo nos dice: “Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (Ef. 6,10-12):

¿Tenemos el corazón abierto para recibir la fuerza que viene de lo alto?

 

[1] Lumen Gentium, 11.

[2] Christifideles laici, 34.

bottom of page