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► Sentido del tema:
Reflexionar acerca de los retos que tuvo María, siendo joven, para mantener

el Sí definitivo, sin titubear, poniendo en peligro su propia vida por amor a

Dios.
► Ambientación.
Ambientar el lugar con imágenes en que aparezca la silueta de la virgen María, y debajo colocar preguntas como, ¿Qué edad piensas que tenía María cuando el ángel la visitó? ¿Crees que María fue una mujer valiente? ¿Por qué? ¿Sabes cómo era la cultura y la sociedad en la que María creció? ¿Qué conoces de María?, dejando un espacio debajo para que el joven pueda colocar su comentario. Se sugiere utilizar cartulinas e imágenes impresas de la virgen.
Se necesitará pegamento o cinta pegante, marcadores, lápices, hojas de colores recortadas en distintas formas (triángulos, cuadrados círculos, forma de nube, entre otros), que se colocarán en una cesta. Colocar las sillas en un semicírculo. Llevar una bocina y una computadora o celular para colocar la música.
► Bienvenida.
Después de dar la bienvenida a los jóvenes, se les pedirá que miren las preguntas que están a su alrededor, acerca de María. Luego, se les pedirá que se acerquen a la cesta y tomen tantos recortes de hojas como preguntas estén colgadas a la pared, instándoles a que se expresen y peguen sus respuestas debajo de cada pregunta.
Cuando finalicen y ocupen sus asientos, se reproducirá la canción "María es esa Mujer" Coro Llama de Fe, que puede encontrarse en el link siguiente:
https://www.youtube.com/watch?v=xAhdDhHJ3yA
► Oración inicial.
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.
Enséñanos Señor a ver a tu madre con amor, a entender que su Sí, fue un sí eterno a tu fidelidad, llena de fortaleza nuestro corazón para que al igual que el de ella siempre se mantenga firme en el amor a ti, ante todas las situaciones y retos que como jóvenes nos presenta la sociedad.
Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
► Reflexión.
Al escuchar las lecturas y evangelios en los que aparece María, por su manera de responder, siempre asumimos que María era una mujer adulta, sabia, que tenía mucha experiencia en todos los temas y que quizás tuvo todo resuelto, pues es la madre del Salvador. Sin embargo, no nos permitimos verla como realmente era, una mujer joven y virgen que al decirle SÍ a la voluntad de Dios, desafió todas las leyes instituidas en la sociedad en que vivían en aquel entonces.
Vamos a imaginarnos que hacemos un viaje virtual a Nazaret, para conocer mejor los condicionamientos que pudo tener María en su vida diaria: como mujer sencilla de Nazaret y como madre que vivió su maternidad en condiciones muy difíciles.
Vamos a observar, con lo sentidos bien abiertos, cómo vivió María en un contexto histórico, político, económico, social y religioso muy difícil, mucho más de lo que solemos creer, porque se ha idealizado la vida en Nazaret. Vamos a intentar comprender sus dificultades, sus sentimientos y la hondura de su fe.
María, como la gente de su tiempo, esperaba la llegada del Mesías, sería anunciado por unas señales prodigiosas que ocurrirían en el cielo (Mt 16, 1-4), nacería en Judea y liberaría al pueblo de su opresión. Pero esas señales no llegaron. Ella tuvo que aprender a “leer y comprender” unos signos nuevos, inesperados.
Las leyes judías que estaban vigentes en su época, y los comentarios a esas leyes, nos ofrecen unos datos muy valiosos para comprender hasta qué punto María tuvo que vivir sometida a las leyes y a las costumbres de su tiempo. Tuvo que dar un gran paso: sintiendo sobre ella el peso de la ley judía, acogió y vivió la Buena Noticia que predicaba su hijo. María tuvo que pasar de “lo viejo” a “lo nuevo”, y no pudo poner remiendos, como en una tela vieja. Vivió al soplo del Espíritu, en una sociedad que vivía bajo el peso de una ley que, en muchos aspectos, era injusta.
En el tiempo de Jesús, la sociedad judía distinguía tres edades: la menor (qatannah, hasta la edad de doce años y un día), la joven (na’arah, entre los doce y los doce años y medio), y la mayor (bôgeret, después de los doce años y medio). Hasta esta última edad, el cabeza de la familia tenía toda la potestad, a no ser que la joven estuviese ya prometida o separada. Según este código social las hijas no tenían derecho a poseer absolutamente nada: ni el fruto de su trabajo ni lo que pudiese encontrar, por ejemplo, en la calle. Todo era del padre. La hija, hasta los doce años y medio, no podía rechazar un matrimonio impuesto por el padre. Los esponsales solían celebrarse muy temprano. Al año de ser mayor, la hija celebraba la boda, pasando entonces de la potestad del padre a la del marido.
Partiendo de esa información podemos asumir lo joven que era María cuando recibió el anuncio del ángel. “María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo… Y el ángel le dice a José: “José, hijo de David, no temas tomar contigo [no temas tomarla como esposa y llevarla a vivir a tu casa, n.d.r] a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,18-20).
Y aun con aquella corta edad y sabiendo todo lo que le supondría estar embarazada del Mesías, “María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra… Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación a los que le temen”, Lucas 1:38, 46-50.
María era una mujer humilde, con mucha disposición para el servicio; llena de fe y piedad; con una gran capacidad para guardar secretos; y una fidelidad entrañable. Sin embargo, a partir de su SI, todo su caminar estuvo lleno de retos por superar, y con un corazón lleno de amor y del Espíritu Santo, mostró la valentía necesaria para asumir con entereza la gracia que Dios le había confiado.
En este sentido, María fue una mujer valiente y decidida, que en la Anunciación se embarcó en una misión que ponía en riesgo su vida. Una joven alegre que en el Magníficat demostró su compromiso con la justicia social y cantó a un Dios con preferencia clara por los pobres: “Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Cántico de la Virgen María, «Magníficat» (Lc 1,46-55))
Una mujer fuerte y resiliente, que dio a luz en un pesebre, después de durar varios días andando en el desierto, bajo el sol, con sed, y, pocos días después, huyó a otro país para que no mataran a su hijo. Como tantas madres que hoy huyen con sus hijos de conflictos armados, de realidades dominadas por la violencia y la falta de derechos. No olvidemos que María fue una de ellas.
Una mujer influyente y con determinación, que hizo que Jesús adelantara el inicio de su ministerio público, al convertir el agua en vino en la boda de Caná (Juan 2) y que cuando habló, no dudó en usar el imperativo: “Haced lo que Él os diga” (Juan 2, 5).
Ella cumplió su misión hasta el final, acompañando a su hijo mientras lo sentenciaban, lo torturaban y lo crucificaban, apoyada en otras mujeres y en el joven Juan. Todos los hombres habían huido. En el momento de temor y confusión María inspiró fortaleza, tranquilidad y confianza.
María fue un ejemplo y modelo de mujer fuerte, valiente, decidida, resiliente y determinada, además de una madre amante, cariñosa, paciente, acogedora y llena de bondad y piedad. María no solo fue madre, también fue mujer, joven, con identidad propia, con su propio carácter, con sus circunstancias particulares, una mujer real, concreta, que descubrió su misión y se dedicó a ella todos los días de su vida, afrontando el dolor y el miedo, con amor infinito, con confianza absoluta, con la mejor compañía para el camino.
► Desarrollo del Tema
Se pedirá a los participantes que hagan una reflexión breve sobre María y digan sus opiniones acerca de la vida que llevó. Luego de que se expresen, se les pedirá que se acerquen al mural en el que habían escrito lo que conocían sobre ella al momento de la bienvenida y digan si su percepción o punto de vista cambió.
Luego, se reflexionará acerca de las siguientes preguntas:
¿Podría yo tener la misma fe de María?
¿Cuáles son los obstáculos que me presenta la sociedad para vivir en fe?
¿Puedo ser tan valiente como fue María, aun teniendo todo en su contra?
► Compromiso.
Reconocer a María como madre del Salvador y madre nuestra, resaltando su espíritu joven y su valentía, así como su amor, su fe y su bondad, llevando esta buena noticia a mis familiares y amigos.
► Oración final.
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena madre! Nosotros venimos a ofrecerte nuestros corazones deseosos de agradecerte y a solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio.
Guíanos para encontrarnos con tu Divino Hijo quien, en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga surgir la luz de la Fe sobre aquellos que no conocen la Paternal Providencia Dios. Y que así, podamos caminar como hermanos, todos juntos, superando las exclusiones y las divisiones que tanto entristecen tu corazón.
Que tu amor de madre atraiga muchos corazones a la Iglesia, y que en fin, cada uno de nosotros se transforme en un testimonio vivo de la auténtica caridad que tu hijo Jesús nos vino a enseñar.
Que tu presencia nos llene de alegría, y que en medio de los desafíos de esta vida, encienda con fuego nuestros corazones, para ser instrumentos de tu amor en nuestros hogares, en nuestros trabajos, y en el mundo entero. Amén.
Dios te salve María…

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TEMA 4

MARÍA, LA JOVEN QUE NUNCA SE RINDIÓ

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